Murdo MacLeod

Mark Knopfler, el hombre tranquilo

Fue el jefe de Dire Straits, uno de los grupos más exitosos de la historia del rock, pero evitó dejarse llevar por la inercia y rompió amarras con aquel pasado que para muchos se antojaba perfecto. Desde entonces, trabaja a su ritmo y solo se embarca en planes que de verdad le satisfacen.

Por César Luquero

Mark Knopfler cumplió 75 años el pasado 12 de agosto, pero dista mucho de plantearse el retiro. Tras liderar a Dire Straits desde finales de los setenta hasta mediados de los noventa del siglo pasado, el músico escocés ha consolidado una amplia carrera por cuenta propia. Esta incluye una decena de álbumes a su nombre –el más reciente, “One Deep River”, salió hace apenas seis meses– más un puñado de bandas sonoras para pelis como “La princesa prometida” (Rob Reiner, 1987) o “Camino hacia la gloria” (Michael Corrente, 2000) y discos en colaboración con ilustrísimas de la música de raíz norteamericana como el ya difunto Chet Atkins (1924-2001) o la siempre venerable Emmylou Harris.

Esa conexión con algunas de las tradiciones musicales estadounidenses más añejas –el country, el blues y el viejo rock’n’roll, principalmente– caracteriza su obra desde siempre. E impregna las partituras que el británico –nacido en Escocia, aunque creció en la portuaria Blyth, al norte de Inglaterra– compuso para el grupo que lo convirtió en aristócrata del rock finisecular. Más allá de la firma en la hoja de autores, todas las canciones de Dire Straits –uno de los grupos más populares de la historia del rock’n’roll, también uno de los de mayor éxito– llevan una rúbrica sonora inconfundible.


Dedos en lugar de púas

El distintivo sonido que Mark Knopfler acuñó al frente de Dire Straits –grupo que fundó en 1977 junto a su hermano David (guitarra rítmica), John Illsley (bajo) y Pick Withers (batería)– es producto de la necesidad antes que de la mera intención de estilo. Si aprendió a tocar así –como diestro siendo zurdo y pulsando las cuerdas con los dedos– es porque la economía familiar daba para una guitarra, pero no para un amplificador. El joven Mark –apurado ante la perspectiva de exprimir un poco más la billetera de su padre, quien ya había hecho el esfuerzo de adquirir la guitarra– tuvo que adaptarse. Con la práctica, se dio cuenta de que la técnica del fingerpicking le permitía hacer cosas distintas a las que haría usando púas, aunque no las desechó del todo hasta hace relativamente poco tiempo y las ha utilizado cuando tocaba exprimir acústicas o en algunas piezas que requerían de un rasgueo más completo.

Esa peculiar forma de abordar la ejecución de su instrumento, unida también a la característica voz de Knopfler y al fibroso planteamiento musical de la banda, convirtieron a Dire Straits en grupo de éxito a las primeras de cambio. Su primer álbum homónimo salió en junio de 1978 y llegó al Top 5 de las listas británicas gracias a canciones de impacto imperecedero como “Sultans Of Swing” o “Water Of Love”, en pleno bum del punk. Al igual que otras bandas de la crucial escena pub-rock británica de los setenta, de la que Mark y Withers habían formado parte tiempo atrás, el grupo apelaba a las esencias del rock primitivo, sencillo, libre de artificio y rico en energía.


Buscando frescura

La buena acogida dispensada a “Dire Straits” no fue un espejismo, y el cuarteto revalidó triunfos y cifras en los charts del Reino Unido casi a renglón seguido con su segundo álbum, “Communiqué” (1979) –el de “Lady Writer” y “Once Upon A Time In The West”– y también con el tercero, “Making Movies” (1980), que contenía canciones tan emblemáticas como “Romeo And Juliet”, “Tunnel Of Love” o “Expresso Love”. Con el cuarto, “Love Over Gold” (1982), Dire Straits alcanzó la cima de las listas de venta en su país firmando un álbum de canciones largas, densas y contemplativas –“Telegraph Road” duraba más de catorce minutos y “Private Investigations” casi siete– que instigó una inesperada reacción por parte del líder.

Poco después de la publicación de “Love Over Gold”, Dire Straits volvieron a entrar en un estudio de grabación para registrar una pequeña ronda de nuevas canciones. Eran temas cortos en su mayoría, directos y bailables, guiados por el espíritu del rock’n’roll, con “Twisting By The Pool” y “Two Young Lovers” destacando en el conjunto. “Quería hacer algo que me llevara solo un día, o que me llevara solo el tiempo que se tardara en tocarlo”, explicó en su momento el escocés. La apuesta funcionó bien y quedó recogida en el EP “ExtendedancEPlay” (1983), que solo se publicó en vinilo y que en su versión estadounidense incluía también “Badges, Posters, Stickers, T-Shirts”.


El penúltimo truco

A mediados de la década de los ochenta, Dire Straits alcanzó su mejor desempeño comercial. Primero publicó un doble álbum en directo con halo mítico, “Alchemy” (1984), y después concibió uno de los artefactos sonoros más populares de la época, el álbum en estudio “Brothers In Arms” (1985), que fue número uno en los principales mercados discográficos del planeta –del Reino Unido a Francia, pasando por Estados Unidos, Canadá, Australia o España– y que a día de hoy certifica alrededor de 30 millones de copias vendidas gracias a canciones carismáticas como “So Far Away”, la verbenera “Walk Of Life”, el atmosférico tema titular o la preciosa balada rematada por los metales de los hermanos Michael y Randy Brecker “Your Latest Trick”.

Eso sin olvidar “Money For Nothing”, otro emblema de su repertorio en el que Sting colabora con un falsete introductorio en el que canta “I Want My, I Want My MTV”. De hecho, la cadena musical estadounidense MTV, por entonces uno de los escaparates promocionales más influyentes, fue clave en la divulgación de este hit, con un videoclip de animación por ordenador muy rompedor para la época que sirvió para presentar su franquicia europea.


Adiós, hermanos

El pelotazo de “Brothers In Arms” no mantuvo unido al grupo durante mucho tiempo, sino todo lo contrario. En 1988, Mark Knopfler –quien ya había publicado cuatro bandas sonoras– dijo que necesitaba un descanso y que se iba a concentrar en otros quehaceres, entre ellos su trabajo para el cine. De hecho al año siguiente vio la luz la música que compuso para la tremenda “Última salida a Brooklyn” (Uli Edel, 1989) y en 1990 salieron tanto el primer y único álbum de su grupo country-blues The Notting Hillbillies –titulado “Missing… Presumed Having a Good Time”– como “Neck And Neck”, el disco en colaboración junto a uno de sus héroes guitarreros de juventud, Chet Atkins.

Cuando parecía que la continuidad de Dire Straits estaba seriamente comprometida, asistimos al giro de guion de “On Every Street” (1991), el último álbum en estudio del grupo. Si nos atenemos a lo estrictamente comercial, funcionó solo regular en comparación con su antecesor, aunque todavía es el favorito de Knopfler y contiene algunas canciones señeras como “Calling Elvis” –Mark reencontrándose con sus ídolos de adolescencia– o “Heavy Fuel”. Impulsó una gira mundial con más de 200 conciertos en su agenda que –eran los tiempos de la explosión alternativa– no cumplió con las expectativas de la banda y precipitó los acontecimientos. Después del tour, Dire Straits se separaron definitivamente y Mark Knopfler nunca ha mostrado interés en reunirlos. El último acorde del grupo sonó en tierras españolas: Zaragoza, Estadio de La Romareda, 9 de octubre de 1992.




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