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El underground madrileño según Error 97

Electrificando el presente

A principios de mayo pasado, la franquicia argentina de ‘Rolling Stone’ publicaba una apreciación sobre un fenómeno al que llamaban “postpunkdemia”, una especie de reverdecimiento del rock y del punk entre las generaciones más jóvenes que se supone ha seguido a la pandemia. Más allá de lo preciso o no del reportaje, de sus premisas, lo que alumbra es la consolidación de una nueva escena de bandas de códigos guitarreros en las que no solo militan jóvenes nacidos y nacidas después del 2000, sino que también logra movilizar a sus iguales. Es un hecho, vamos a decir, puramente numérico. Y algo parecido podría decirse de España: vivimos, especialmente en Madrid, una nueva edad de oro del underground pop-rockero; las guitarras siguen siendo, para muchos jóvenes en la transición a la veintena, la forma idónea de expresión para sus ansiedades y deseos.

Aunque pueda ser cierto que el parón forzoso o haber perdido cosas puede motivar una decisión a priori demasiado arriesgada como la de dedicarte a la música o que estas circunstancias hayan tenido un efecto llamada, señalar a la pandemia como punto de inflexión quizá sea una decisión peliculera, un poco efectista, que busca dotar a esta “realidad” de una trama y una narrativa: en la tradición anglo todo esto se ha entendido naturalmente, con una genealogía que puede trazarse desde The Libertines para llegar hasta, por ejemplo, Fontaines D.C. Esa abundancia de artistas que tenemos hoy, tanto en Argentina como en España como en otras localizaciones iberoamericanas, se explica mejor siguiendo los ejemplos de bandas relativamente contemporáneas pero muy anteriores a los confinamientos, como Él Mató A Un Policía Motorizado allí o Mujeres y Carolina Durante aquí.

El rock nunca se fue. Pero sí es cierto que, a lo largo de las dos últimas décadas, ha ido perdiendo su posición hegemónica entre las músicas con más alcance entre los jóvenes e incluso ha llegado a quedar relegado a un segundo plano, por eso extraña que las nuevas generaciones lo abracen desde su prisma. Antes lo normal era que aparecieran bandas de rock cuyos integrantes superaban con holgura la veintena, formados en esa hegemonía del rock y crecidos en una cultura “post-poptimista”. De hecho, es un modelo que se sigue replicando y ahí están interesantes hallazgos recientes como por ejemplo La Paloma, Monteperdido o Cora Yako. Entre todos le han dado forma a una escena que sirve como epílogo para la furia indie que siguió a bandas como Los Planetas, Los Punsetes, Juanita y los Feos o Nueva Vulcano, pero que también está abierta a las olas entre noventeras y dosmileras que representan bandas como Simple Plan, Paramore, blink-182, Rise Against o, por qué no, Despistaos. Pero lo que sorprende es que los mismos La Paloma, Camellos, Kokoshca o Carolina Durante sirvan también como gasolina para unos chavales que, entre los cuatro, no suman aún ochenta años.


“Otros cuatro chavales”, aún más jóvenes

Álvaro Casado (voz y guitarra, 19 años), Gonzalo García (guitarra, 19 años), Sara Torres (bajo, 17 años) y Nicolás Escardó (batería, 16 años) forman Error 97. Y pueden ser eso, un error, una falla en el sistema, una rara avis o la confirmación de que realmente la pandemia sí ha tenido un efecto en empujar a la generación Z, entre clases y clases ante pantallas de Zoom con el micro silenciado, hacia territorios más artísticos. Pero en cualquier caso han sabido abrirse camino –junto a colegas como Vicente Calderón, Joder Juan o Amor Líquido– como la verdadera sangre fresca de las guitarras madrileñas. Su primer EP, “Voy a morirme solo” (Autoeditado, 2021), aún grabado como trío antes de la entrada de Gonzalo, ponía las cartas sobre la mesa con el descaro que da la tardoadolescencia, sin miedo a las posibles y lógicas comparaciones con Carolina Durante en lo vocal –referencia suprema para Álvaro; para qué esconderse, pues– y desplegando todo un catálogo de guitarras norteamericanas de entre finales de los noventa y los primeros dos mil. Con él, enarbolando canciones como la directa “Ni puto caso” y una “Lo que antes me gustaba (y ahora odio...)” que casi parece un himno cervecero, lograron llamar la atención de la centrípeta Madrid rockera. Y desde entonces lo suyo ha sido el vía crucis que se le presupone a todas las bandas del underground capitalino: aparición en ciclos como el mítico Sound Isidro o el nuevo Relevo, conciertos en salas como Wurlitzer Ballroom o Trash Can Club, hermanamiento con formaciones paralelas –la destartaladamente emo “Tenemos que hablar”, en colaboración con Joder Juan, sigue siendo una de sus canciones más celebradas, como lo es su bis a bis con Amor Líquido en “Que noo”– y el apoyo, más o menos directo, de capos de la escena como los miembros de Carolina Durante y de marcas muy vinculadas a ella, como Vibra Mahou. Tanto se metieron que reconocerás a Álvaro tocando la guitarra con Biznaga, formación en la que ha entrado en sustitución de Pablo Garnelo.


El año pasado fue de cambios. Plenamente configurados como cuarteto y ofreciendo un EP, “¡Apaga eso, niño!” (Autoeditado, 2022), en el que no solo se notaba un salto adelante en cuanto al sonido, más sólido y grabado en mejores condiciones, sino en el que se ampliaban todos los registros de la banda. Ritmos de batería más abiertos, guitarras más brillantes –y, al mismo tiempo, más rugosas– y un estilo vocal en el que se intuía cada vez más personalidad. Un equilibrio entre la melancolía post-emo y el inflamable himno coreable, entre la tristeza y la rabia generacionales, que deja momentos estelares como “Mariposas” y, sobre todo, “Los portales”.

El siguiente paso era natural, sobre todo después de varias noches con el cartel de sold out colgado en la capital: fichar por un sello que podría haber sido Sonido Muchacho o La Castanya, pero que finalmente ha sido Mont Ventoux. Bajo su paraguas estrenaron el 2 de junio –tras su presentación el pasado 26 de mayo en la Wurli mediante– su tercer EP, “Nada bueno” (Mont Ventoux, 2023), para el que han contado con Juan Pedrayes, de Carolina Durante, como productor. En el disco se siente un nuevo salto de nivel, a tenor de lo escuchado en dos sencillos tan bien diseñados como “Nunca vuelvas a pisar Madrid” –puro fuego dosmilero y primera vez en la que emplean sus voces de una manera más polifónica, incluyendo los coros de Sara– y ese híbrido entre himno antonomásico de sus padrinos –ese preestribillo– y trallazo de la banda sonora del “Burnout 3” (Alex Ward, 2003) que es “Consuelo emocional”. Dijo un sabio que de los errores siempre salen los grandes aciertos, pero también puede no ser así; permítanme que me equivoque. También me puedo equivocar con el futuro de estos “otros cuatro chavales”, pero por el momento no olvidarán este 2023. Y el futuro, pues ya se verá.



Escrito por Diego Rubio || Foto: Ellie Quevedo

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