Andrea Buenavista

Andrea Buenavista debuta en solitario

Destacamos el proyecto de la cantautora donostiarra, surgido del indie pop underground

Por Diego Rubio

Andrea Gasca debuta en solitario como cantautora con “Antojitos”, un primer EP en el que recoge el testigo de La Bien Querida, de Maria Rodés y de Los Lagos de Hinault de la mano de La Estrella de David. En él da rienda suelta al placer de componer canciones atemporales, tan grandes como la vida –y no más– y dedicadas al amor en todas sus formas.

Reconocida en el underground por su trayectoria en bandas de indie pop como Los Lagos de Hinault –donde ha ejercido como teclista– y Bar España, donde ya exhibió su delicadeza para evocar lo cotidiano de la mano de Santi Fernández (Autoescuela), Andrea Gasca ha ido desgranando muy poco a poco, como quien deshoja una margarita, su proyecto en solitario. Desde que en 2019 lanzara con Snap! Clap! Club su primer sencillo –la etérea y honestísima “Alguien mejor”– y con la pandemia de por medio, la cantautora ha asentado su manera de sonar y de cantar como Andrea Buenavista. Y ahora, por fin, entrega “Antojitos”, su primer EP, de la mano del sello Sonido Muchacho. Un pequeño tríptico, casi un folleto con las pequeñas grandezas del día a día, que rechaza toda condición de acontecimiento y que captura la esencia que la donostiarra ha abrazado a lo largo de su carrera: canciones en las que la inteligencia y el ingenio se demuestran mejor con humor, retranca y humildad; en las que es mejor que te engañen a engañar; en las que se celebra lo bonito que es creer en la belleza y en las que se reconoce que merece la pena recrearse con ingenuidad en lo bueno que tenemos.

Es, cómo no, una genealogía que se explica a través de las canciones de Los Lagos de Hinault y de Autoescuela, que da un sorbito al Donosti Sound y lo regurgita en la garganta de Stephin Merritt y sus The Magnetic Fields para celebrar nuestra cultura popular, nuestro folclore de plaza y nuestros veranos de secano, con el mar como placer culpable y sus rumores redentores.

No es de extrañar que en esta aventura que de momento solo está compuesta de tres “antojitos” –además de “Viernes noche en casa”, una colaboración en el último disco de Tigres Leones, en el que comparte créditos con Marta Movidas, Tulsa, Marcelo Criminal o Estrella Fugaz, todos subversores de la idea de cantautor que tenemos en nuestro país– hayan participado amigos, colaboradores, seguidores y discípulos. Ahí está David Rodríguez, de La Estrella de David, que ha producido mano a mano con Andrea estas canciones y parte de las que quedan por venir y que ha aportado –además de pianos en la preciosa y sutil “Copa C”– esa maña tan suya para entrelazar nuestro folk con el norteamericano, en la línea de los trabajos que ha realizado de siempre junto a La Bien Querida o últimamente con Maria Rodés: coplillas cotidianas que no aspiran a ser más grandes que la vida, sino que son, “simplemente”, tan grandes como ella.

Pero también pasan a dejar su aportación Elia Maqueda, de Ruiseñora, o Atomizador, que ponen respectivamente voz y guitarra en “Íñigo”, breve poema que Gasca le escribió a un crush con 18 años y que toma ahora forma musical. O Pedro y Miguel, de Cómo Vivir En El Campo, y Betacam, que dejan su destreza a los instrumentos en esa espectacular “Que nadie sepa” que empieza en ranchera y termina en colisión de guitarras folk-rock.


Pero ni toda esta cohorte que viene a anunciar a Andrea Buenavista como nuestra nueva anticrooner y contracantautora consigue empequeñecer sus propios descubrimientos, en especial esas letras y cadencias que tanto recuerdan a la recientemente fallecida María Jiménez –imposible no pensar en ella cuando uno escucha a Andrea cantar eso de “Lo que aguantaste por no estar solo / La de mentiras que te he contado / ¡Ay! Si tú supieras / Cuando llamabas y no cogía / estaba con otro… / Te devolvía todo el daño de años atrás”– o su manera ácida, entre la ternura y el drama, de hablar sobre el amor. Sobre ese amor por los amores tontos, los amores locos, los amores pasajeros y los que duran para toda la vida. Los que hunden su aguja en el corazón. El amor por la primavera y el verano, por un sol que bañe nuestros rinconcitos de oscuridad. Por las tonadillas, las coplillas, las plazas de pueblo, los agarraos. Por las cañas y los bares, por los amigos que se hacen entre ellos y por los amantes que se van. Por los cigarrillos que se consumen esperando a unos nuevos labios en la hamaca del cenicero.


Escrito por Diego Rubio || Foto: Patricia H. Díez

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