Kesha resucita, arde y se ríe en su nuevo álbum
El nuevo álbum de Kesha es más que una nueva era, una explosión, una forma de decir que sigue aquí y que nunca se fue
El título del sexto álbum de Kesha, “Period”, no deja espacio para ambigüedades. Punto final, sí, pero también sangre, cuerpo, ciclo, furia. Una declaración rotunda desde el título: este disco marca un antes y un después. La artista que una vez se hizo famosa cantando con aliento a bourbon y glitter en la cara ha cerrado la etapa más sombría de su carrera –su traumático litigio con “Dr.” Luke– y emerge aquí como una criatura de extremos: divertida y furiosa, libre y caótica, vulnerable y resplandeciente. A continuación, cinco claves para entender este renacimiento multicolor, musical y emocional.
1. Un renacer en libertad
Durante años, Kesha estuvo atrapada en un contrato con Kemosabe Records, aún tras haber denunciado a su productor por abuso. “Rainbow” (2017) fue su grito de supervivencia; “Gag Order” (2023), su disco más oscuro. Pero “Period”, el primero bajo su propio sello, suena como lo que ella misma llama “mi primer disco de verdad”. Lo escribió como una posesa apenas se liberó: tres canciones por día, alimentada por una energía volcánica y visceral.
Aquí no hay ataduras ni filtros: Kesha controla cada palabra, cada beat, cada gota de sudor del álbum. Es un acto de exorcismo y afirmación, hecho con risas y rabia, con sexo y psicodelia. No es casual que la imagen promocional sea ella conduciendo una moto de agua, en topless, desafiando al mundo. Libertad absoluta, sí, pero con ese toque de desmadre marca de la casa.
2. El retorno de la fiestera original
Si Lady Gaga era Bowie con tacones, Kesha fue siempre más Alice Cooper con purpurina: shock-pop desde la trinchera. En 2010, su actitud de “borracha con derecho a todo” la hacía parecer una intrusa en el pop de autoría. Quince años después, el panorama ha cambiado. Hoy, con el ascenso del maximalismo de Charli XCX y el descaro sin disculpas de artistas como Slayyyter o Sabrina Carpenter, Kesha ya no parece tan outsider: más bien, parece su madrina espiritual.
Temas como “Boy Crazy” o “Joy Ride” son una fiesta delirante de lujuria, pulsión y descontrol. “Llévame a la sex shop”, canta en un momento, mientras los sintetizadores estallan como si estuvieran poseídos por el espíritu de una Game Boy. Pero no se trata de nostalgia: Kesha no está intentando sonar como “Animal” (2010), sino demostrar que ese personaje siempre fue real, y sigue viva dentro de ella.
3. Pop mutante y sin complejos
“Period” no se ata a un solo estilo. Si “Freedom” abre con un groove de disco cósmico grabado en el bosque californiano junto a Jonathan Wilson, “Glow” es un electro-pop con Auto-Tune que podría haber salido de una sesión de Hudson Mohawke y PC Music. Hay baladas piano (“Cathedral”), country-pop a lo Nashville (“Yippee-Ki-Yay”), funky suave (“Love Forever”), e incluso guiños al hyper-pop (“Boy Crazy”).
Más que un pastiche, es un buffet emocional que refleja su necesidad de probarlo todo, de poseer todos los géneros como si fueran extensiones de su cuerpo. Kesha no está siguiendo tendencias; más bien, parece reclamar su lugar como pionera de un caos que ahora domina el mainstream. Como dice en “Glow”: “Tú eres demasiado cool para la música pop… pero yo la hice tan buena que la ponen en el Target”.
4. Un equilibrio entre lo sagrado y lo vulgar
En el cierre del disco, “Cathedral”, Kesha declara que ahora trata su cuerpo como un templo. La canción, escrita tras una estancia en Big Sur, mezcla mística femenina con una sexualidad empoderada. Pero el disco entero gira en torno a ese eje: lo sacro y lo obsceno, lo espiritual y lo carnal. Hay letras que hablan de orgasmos y fluidos, sí, pero también de sanar heridas internas, de eliminar voces tóxicas que la limitaban. Kesha ha dicho que “Period” es su “álbum ‘fuck-you’ definitivo”, pero también que desea que sus oyentes “se quieran un poco más” al escucharlo.
Lo sagrado no está reñido con la risa. Y el dolor, aquí, no es usado para dar lástima, sino como combustible para la afirmación. El álbum es una especie de misa pop donde el altar tiene luces de neón y los asistentes llevan poca ropa, pero salen sanados igual.
5. Una artista que se multiplica, no se contradice
Algunos críticos han visto en “Period” una especie de marcha atrás: ¿acaso no había superado esa etapa de fiesta permanente? ¿No estaba en una era más reflexiva? Pero pensar en Kesha como una artista de “etapas” lineales es un error. Su discografía, como su identidad, es caleidoscópica. Puede ser chamana en un bosque y, al día siguiente, DJ en una orgía con glitter. Puede lanzar una línea como “Rev my engine till you make it purr” y, en la siguiente canción, cantar como Stevie Nicks reencarnada.
Kesha no se contradice: se multiplica. “Period” no borra su pasado, lo contiene todo. La chica que se lavaba los dientes con Jack Daniel’s, la mujer que sobrevivió a un infierno judicial, la bruja de Big Sur, la diva bailable de Target… todas conviven aquí. Y todas suenan como si estuvieran vivas, bailando, gritando, llorando, celebrando.
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