Rosalía

Rosalía y su “LUX”, la luz como carga, la luz como revelación

“LUX”, el nuevo álbum de Rosalía, ya no trata de mezclar géneros, sino de fundir lo sagrado y lo profano en un solo gesto luminoso

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Cuando Rosalía presentó “LUX”, envuelta en un hábito de monja y abrazándose a sí misma como si fuera a la vez pecadora y santa, no estaba mostrando solo la portada de un disco: estaba haciendo una declaración de intenciones. La artista catalana convertía su propia fama en materia espiritual, despojándose de la piel acelerada y hedonista de “Motomami” (2022) para entrar en un terreno más litúrgico, más introspectivo. A lo largo de cuatro movimientos y dieciocho temas, su cuarto álbum no es tanto una colección de canciones como un ritual sonoro. Brilla con una energía distinta, más mística que eléctrica, alimentada por la convicción más que por la moda.

Si “Motomami” fue hipercontemporáneo, irónico, corporal y rítmico, “LUX” avanza al ritmo de la contemplación. Sustituye el pulso urbano por el ascenso de las orquestas; los ganchos inmediatos por melodías extensas, casi operísticas. Escucharlo implica regresar a la idea del álbum como obra total, como una arquitectura sonora ambiciosa: la Sagrada Familia personal de Rosalía, tan excesiva como sagrada. Aquí unas claves.

1. De la carne a la fe: el péndulo vuelve a oscilar

La carrera de Rosalía siempre ha sido un péndulo entre tradición y transgresión. “El Mal Querer” convertía textos medievales en mapas emocionales contemporáneos; “Motomami” mezclaba el argot callejero con autorretratos surrealistas. “LUX” completa el arco girando hacia lo trascendente: de la carne al espíritu.

El título latino (“luz”) tiene resonancias teológicas y sensoriales. Sus cuatro partes componen una especie de vía espiritual, cada movimiento dedicado a una forma distinta de santidad femenina. Pero la devoción aquí nunca es ingenua: el hábito de la portada también parece una camisa de fuerza, símbolo de las limitaciones que impone la pureza. En “Novia Robot”, disponible solo en la versión física del disco, y cantada parcialmente en mandarín, cita a la poeta taoísta Sun Bu’er: “Todo lo que querías / era una novia robot / lo siento cariño / pero soy real”.

Rosalía reimagina la intensidad del flamenco como arte conceptual. Y ahora lo lleva al terreno de la ópera moderna: “LUX” es su primer álbum verdaderamente post-pop, no porque rechace el pop, sino porque lo absorbe en algo más denso y trascendente.

2. La orquesta como máquina

Incluso para una artista tan inquieta, “LUX” resulta radical. Grabado con la London Symphony Orchestra y con arreglos de la compositora Caroline Shaw, ganadora del Pulitzer, el disco sustituye el beat por la vibración sinfónica. En “Berghain”, con Björk e Yves Tumor, las cuerdas suenan como cuchillas, cortando entre coros alemanes y estallidos operísticos. Es un apocalipsis barroco: Verdi en clave techno.

“Reliquia” reconfigura la música de cámara hasta hacerla parecer hyperpop: violines que se desintegran, interferencias digitales, y una voz que oscila entre el rezo y el glitch. La orquesta se comporta como un sintetizador antiguo, un organismo que late y cruje. Donde “Motomami” encontraba groove en el reggaetón, “LUX” lo busca en la tensión del silencio y la percusión orquestal.

Es, en fin, un disco de compositora. Cada sonido parece escrito a mano, meditado. Incluso en los momentos de exuberancia casi kitsch, la voz de Rosalía actúa como eje de control. Su vibrato arde como una vela: frágil, tembloroso, pero imposible de apagar.

3. Santas, amantes y terroristas emocionales

Las santas de “LUX” no son mártires pasivas, sino mujeres hambrientas de sentido, de deseo, de pensamiento. Rosalía utiliza sus historias como espejos de sí misma: la ruptura con Rauw Alejandro, la soledad artística, la búsqueda de trascendencia más allá del amor romántico.

“La Perla” es el golpe más inmediato del disco: un vals que se disfraza de juego para destrozar a un “terrorista emocional” con elegancia y sarcasmo. Rosalía se representa a sí misma como creyente y apóstata, como creadora y criatura. “Porcelana” resume su teología: “Soy nada / y soy la luz del mundo”. No suena a arrogancia, sino a revelación: la artista vaciándose para ser canal.

El pop suele usar los símbolos religiosos como estética. Rosalía, en cambio, los somete a examen. “LUX” pregunta qué queda de lo sagrado en una era de dopamina, y si la belleza puede ser todavía una forma de oración.

4. La Europa que aún canta

A pesar de su ambición futurista, “LUX” hunde sus raíces en una tradición europea olvidada. En “Memória”, junto a la fadista Carminho, resuena la melancolía portuguesa; en otras piezas asoman ecos de la chanson francesa y del dramatismo de Mina o Dalida. Y entre tanto esplendor orquestal, los palmoteos flamencos aparecen como un latido ancestral.

Si “Motomami” fue su pasaporte global, “LUX” es una reivindicación continental. Un álbum que mira hacia los teatros de ópera, no los clubes. En él, Rosalía se inscribe junto a Björk y Kate Bush: mujeres que transformaron la vanguardia en emoción popular.

Y aun así, “LUX” no suena arcaico. “Divinize”, con su percusión que recuerda a un 808 litúrgico, demuestra que Rosalía no renuncia al pulso contemporáneo. “Golpéame, me tragaré todo el orgullo / sé que nací para divinizar”, canta con una mezcla de humor y fervor.

5. Trascendencia en tiempos de dopamina

“Escúchalo a oscuras, con auriculares”, recomendó Rosalía antes del lanzamiento, presentando “LUX” como antídoto a la cultura del scroll infinito. En una época que mide el arte en segundos, su gesto es casi revolucionario. El cierre, “Magnolias”, ofrece su interpretación más íntima: una visión de su propio funeral narrada con ternura y distancia. “Hasta mis enemigos hoy lloran”, susurra. La orquesta se disuelve, quedando solo la respiración. No hay muerte, sino comunión: entre el vacío y la divinidad, entre el yo y el todo. El verdadero riesgo de “LUX” no es su grandilocuencia, sino su lentitud. Exige atención, pausa, silencio. En un mundo saturado de estímulos, Rosalía se atreve a pedirnos algo insólito: escuchar.


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