Robe

Muere a los 63 años Robe, líder de Extremoduro

Despedimos a Robe Iniesta, el último poeta libre del rock español

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La música española se ha despertado hoy de luto. Roberto Iniesta Ojea (Plasencia, 1962 – Plasencia, 2025), Robe para varias generaciones de oyentes, ha muerto a los 63 años a causa de un tromboembolismo pulmonar, el mismo problema de salud que ya le obligó a cancelar su gira en 2024. La noticia, confirmada de madrugada por su agencia El Dromedario, se difundió a través de sus redes con una frase que resume bien la dimensión que había alcanzado el líder de Extremoduro: “Hoy despedimos al último gran filósofo, al último gran humanista y literato contemporáneo de lengua hispana”.

En pocas horas, las redes se han convertido en un enorme velatorio colectivo. Músicos, actores, escritores, deportistas, políticos e instituciones culturales han ido sumando sus condolencias a las de miles de seguidores anónimos. Alejandro Sanz le agradecía haber enseñado “que también se puede volar con las alas rotas”; el periodista Carlos del Amor lo definía como “un gigante con canciones que atravesarán el tiempo”; el Museo del Prado recordaba la colaboración en la que unió su tema “El poder del arte” con cuadros de Velázquez, Tiziano o Caravaggio. Desde Pedro Sánchez hasta Alberto Núñez Feijóo, pasando por Ione Belarra, Irene Montero, Alberto Garzón o el diputado Oskar Matute, la política ha encontrado hoy un extraño lugar común en la figura de un rockero que nunca se pensó a sí mismo como consenso de nada.

Porque Robe nació y escribió siempre desde la periferia. Plasencia, ciudad a la que regresó en los últimos años y que hoy ha decretado tres días de luto oficial, fue su punto de partida y su refugio final. Allí creció, dejó los estudios en tercero de BUP, trabajó con su padre chapista y vendió chucherías antes de empezar a escribir canciones en serio. A los veinte años montó su primer grupo, Dosis Letal, primer esbozo de una manera de entender el rock que muy pronto encontraría su forma definitiva en Extremoduro.



Fundada en 1987, Extremoduro se financió su primera maqueta, “Rock transgresivo”, vendiendo papeletas a mil pesetas que daban derecho a una copia cuando el casete estuviera grabado. De aquella escena extrema y precaria nacería uno de los catálogos más influyentes del rock en castellano. El despegue masivo llegaría con “Agila” (1996), disco que coincidió con la muerte de su padre y con la entrada en la ecuación de Iñaki “Uoho” Antón, guitarrista y productor que profesionalizaría el sonido del grupo y lo llevaría a otra liga. Después vendrían “Canciones prohibidas” (1998), “Yo, minoría absoluta” (2002), la aventura de Extrechinato y Tú y, ya en 2008, “La ley innata”, una suite rock en varios movimientos que consolidó la imagen de Robe como algo más que un rockero maldito: un escritor de canciones con ambición literaria.

Entre medias, una vida turbulenta, noches largas, conciertos caóticos e historias de excesos que contribuyeron a construir la leyenda pero que reducían a estereotipo una obra mucho más compleja. Robe siempre fue algo distinto al tópico: un lector voraz, un tipo que se matriculó en la UNED para estudiar gramática y ortografía y que acabó publicando una novela, “El viaje íntimo de la locura” (2009), que agotó su primera edición en pocos días. Se sentía más cómodo pensando que posando. Prefería el anonimato a las alfombras rojas. Huía de los actos institucionales, aunque terminó aceptando galardones como la Medalla de Extremadura o la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, concedida en 2024.

Su última etapa estuvo marcada por el regreso a casa y por un proyecto artístico más sereno, pero igual de exigente. Instalado de nuevo en la sierra de Santa Bárbara, en Plasencia, soñaba con levantar un pequeño complejo de casas rurales (un deseo que no llegó a ver cumplido) y con impulsar un centro intercultural en una antigua iglesia, espacio de convivencia creativa para músicos, pintores, cineastas y actores. A cambio de los reconocimientos municipales, pidió al Ayuntamiento locales de ensayo para bandas jóvenes. “Si yo todavía estoy en edad de delinquir, ¿cómo me vas a poner una calle?”, le dijo con ironía al alcalde cuando este le propuso dedicarle una avenida.



Paralelamente, Robe consolidaba su carrera en solitario. Discos como “Lo que aletea en nuestras cabezas” (2015), “Destrozares, canciones para el final de los tiempos” (2016), “Mayéutica” (2021) o “Se nos lleva el aire” (2023) le permitieron explorar un lenguaje más introspectivo, menos ligado a la épica del rock urbano y más cercano a la poesía, la filosofía y la reflexión sobre el paso del tiempo. En 2025, su último gesto discográfico fue “Caída libre”, la canción que cantó a dúo con Leiva y que muchos oyentes escuchan hoy como una despedida involuntaria. Sus problemas de salud llegaron cuando Extremoduro había quedado ya definitivamente atrás, la nostalgia de los años salvajes convivía con nuevos reconocimientos institucionales y su nombre empezaba a circular incluso como candidato simbólico a un futuro Premio Cervantes impulsado desde la calle.

Robe solía decir que sus canciones hablaban por él. Hoy son precisamente esas canciones las que sostienen el duelo de quienes lo lloran. Frente al silencio irreparable de la noticia, queda un legado inmenso: una obra que unió calle y filosofía, blasfemia y ternura, lucidez y exceso. Un puñado de versos que seguirán galopando “un camino empedrado de horas, minutos y segundos” cuando ya no quede nadie para recordarlos en primera persona.


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