Ed Sheeran y “Play”: cuatro claves de un artista en la madurez
El nuevo disco de Ed Sheeran quizá no reescriba su historia, pero confirma que sigue en la partida, que aún está jugando, en todos los sentidos de la palabra
Con “Play”, su octavo álbum, Ed Sheeran entra en la madurez de su carrera: 20 años después de su debut y 14 tras firmar con una multinacional, ya es referencia para artistas jóvenes como Myles Smith. Cada nuevo lanzamiento funciona menos como riesgo artístico y más como reafirmación de identidad. La pregunta es si aún puede ofrecernos algo distinto. La respuesta es ambigua. “Play” suena inconfundiblemente a Sheeran: melodías sólidas, letras entre la ternura y la confesión, un tono familiar. Pero también hay bordes nuevos: ecos de Goa, texturas de la música india, giros persas en “Azizam”. Más que reinvención, se trata de colorear dentro de sus propias líneas con algunos trazos distintos en los márgenes. Estas son cuatro claves que emergen al escuchar “Play” como balance y como indicio de futuro.
1. Paisajes globales como condimento, no como núcleo
La carrera de Sheeran siempre ha tenido un punto ecléctico en los márgenes (ahí están el violín irlandés de “Galway Girl” o su dúo reguetonero con J Balvin), pero “Play” marca su apuesta más decidida por la hibridez cultural. “Sapphire”, con la superestrella india Arijit Singh, mezcla letras en inglés, hindi y punjabi sobre una base de tablas y percusiones gujaratíes. “Symmetry” arranca con voces indias sampleadas antes de transformarse en un paisaje de bajos y atmósferas electrónicas. “Azizam” coquetea con escalas persas, mientras que “Heaven” incorpora un sutil pulso de percusión tradicional india.
Estos momentos resultan atractivos, aunque nunca llegan a eclipsar la esencia melódica de Sheeran. Da igual cuántos sitares o santures incorpore: siempre se sabe de inmediato quién está detrás de la canción. Para algunos, es prueba de la fuerza de su estilo; para otros, señal de que los experimentos funcionan como aderezo, no como plato principal. A diferencia de un “Graceland” de Paul Simon o de las exploraciones de George Harrison, Sheeran no persigue una transformación radical. Lo suyo es un barniz cosmopolita que refresca el producto y lo mantiene reconocible.
2. El regreso de la fiabilidad pop
Tras dos discos más introspectivos y sombríos, Sheeran pareció perder tracción en las listas, aunque no en su base de fans. Aquellos trabajos fueron elogiados en algunos sectores por su sinceridad, pero vendieron solo una fracción de lo que alcanzó su monumental “Divide”. “Play” parece planteado como corrección de rumbo: la prueba de que Sheeran no ha olvidado cómo entregar esos ganchos universales que lo convirtieron en un titán comercial.
“Camera” y “The Vow” son clásicos Sheeran: baladas ascendentes diseñadas para bodas y realities. “In Other Words”, con su piano lo-fi, se suma a la lista de posibles canciones para el primer baile de los recién casados. Incluso cuando se adentra en el territorio electrónico con Fred Again en “Don’t Look Down”, el resultado se reconduce hacia lo familiarmente Sheeran.
Ésta es la paradoja central de su música: se rodea de productores muy distintos y coquetea con tradiciones diversas, pero todo acaba sonando a él mismo. Sus fans lo agradecen como una garantía de calidad; sus detractores lo ven como falta de imaginación. Sea como sea, “Play” demuestra que sigue sabiendo fabricar esas estructuras pop implacablemente efectivas.
3. Una corriente oscura bajo la superficie
Si el título “Play” invita a pensar en diversión, alegría y ligereza, las letras revelan otra cosa: un poso de inquietud y desconfianza. Hay alusiones a amistades que se encogen, a “sanguijuelas” que le rodean, a una autoexigencia profesional que suena casi paranoica. En “Opening” se confiesa vulnerable: “mi carrera está en un lugar de riesgo”, “si miro abajo veo reemplazos”. En “Slowly”, lo que debería ser una canción de añoranza conyugal se convierte en un dramatismo casi grotesco: “mátame despacio”, “amor cuchillo en el corazón”, “estoy muriendo vivo”.
El momento más sorprendente llega con “A Little More”, donde aparece un Sheeran iracundo: “te odio… un día todos estaremos muertos, pero hasta entonces no quiero volver a verte”. Este lado sombrío no domina el disco, pero lo tiñe de una complejidad inesperada: bajo la superficie brillante, se adivinan grietas de agotamiento y enfado.
4. La pregunta de la madurez: ¿evolución o consolidación?
Sheeran siempre prosperó siendo subestimado: el cantautor callejero que se convirtió en fenómeno global, el baladista que también podía rapear con velocidad de metrónomo. Pero dos décadas después, los retos han cambiado. Ya no necesita demostrar su valía técnica; lo que se plantea es la cuestión de la madurez: ¿arriesgar con una evolución radical o reforzar lo que ya funciona?
“Play” opta mayoritariamente por lo segundo. Sus exploraciones globales son reales, pero limitadas; los toques de novedad nunca llegan a desplazar el núcleo Sheeran. En ese sentido, el disco se lee más como consolidación que como reinvención: una reafirmación de su identidad, con algunos bordes experimentales. No es revolucionario, pero tampoco pretende serlo. A estas alturas, su objetivo no es derribar muros, sino mantener su lugar en el paisaje del pop.
Disfruta del 100% de las ventajas de SMUSIC haciéndote cliente Santander aquí