Tyler, The Creator se rinde al baile en su noveno disco, “Don’t Tap The Glass”
Tyler, The Creator vuelve con “Don’t Tap the Glass”, un disco sorpresa que abandona la introspección de “Chromakopia” para rendirse al movimiento. En solo 28 minutos, combina funk, hip hop y samples inesperados en un ejercicio de excentricidad rítmica
“Don’t Tap The Glass” es el nuevo disco de Tyler, The Creator, publicado prácticamente sin marketing el lunes 21 de julio y siguiendo a su anterior lanzamiento de 2024, “Chromakopia”. La capacidad de sorpresa se ha convertido en una de las principales armas creativas de Tyler, The Creator, y pocos podrían haber anticipado que aquel joven irreverente que lideraba el colectivo angelino Odd Future (famoso por sus letras provocadoras y su estética transgresora) acabaría consolidándose como uno de los artistas más influyentes del panorama hip hop actual. Su estrategia de publicar álbumes sin previo aviso se ha vuelto habitual, pero sigue resultando efectiva gracias a una producción musical que nunca deja de reinventarse. Si previamente había incurrido en un art-rap más cercano a la introspección o la fusión con otros géneros más intelectualizados como el jazz o el soul, la premisa de “Don’t Tap The Glass” es justo la contraria: un disco homenaje al baile y los orígenes del género.
1. Una celebración del cuerpo en movimiento
“Don’t Tap the Glass” nace con un propósito claro: no quedarse quieto. En el primer tema, titulado “Big Poe”, Tyler se inventa unas reglas propias que van a regir las dinámicas del resto del álbum, pronunciadas a través de un vocoder exagerado. Una de ellas reza “no sitting still” (“no te quedes quieto) y es por ello que entrega un disco pensado para el cuerpo: para conducir, bailar o correr. Esta orientación física conecta con la tradición de la música de club, pero también con los orígenes del hip hop de tendencia funk de finales de los noventa. El álbum es un torbellino de energía, condensado en solo 28 minutos, que recuerda más a una rave íntima que a un proyecto de hip hop tradicional. En este sentido, el disco actúa como contrapunto a “Chromakopia”, más introspectivo y narrativo.
2. Estética del sampleo
Uno de los pilares que sostienen el espíritu lúdico y desprejuiciado de “Don’t Tap the Glass” es su despliegue de samples. El primer corte, “Big Poe”, es quizá el mejor ejemplo. Sobre una base que combina la psicodelia qawwali de Shye Ben Tzur, el virtuosismo de Jonny Greenwood y el brío del conjunto The Rajasthan Express, Tyler samplea “Roked”, una canción que empieza con la palabra hebrea que significa literalmente “bailar”. La energía se dispara cuando entra un fragmento de “Pass the Courvoisier Part II (Remix)” de Busta Rhymes, un clásico de club que aquí sirve de pasarela para la aparición de Pharrell Williams, esta vez en tono satírico y con voz acelerada.
Pero hay más: en “Ring Ring Ring”, Tyler convierte el bajo de “Off The Wall” de Michael Jackson en la columna vertebral de una fantasía disco-pop, mientras que en “I’ll Take Care of You” incorpora dos canciones icónicas: por un lado, un sample del himno crunk “Knuck If You Buck” de Crime Mob, y por otro, un loop reciclado de su propio tema “Cherry Bomb”.
3. Featurings
Aunque Tyler, The Creator firma en solitario la producción íntegra de “Don’t Tap the Glass”, no está completamente solo en este viaje. Pharrell Williams aparece en el tema de apertura, si bien acreditado como “Sk8brd”. Por su parte, Baby Keem aporta ad-libs al explosivo “Don’t Tap That Glass / Tweakin’” (como ya es habitual en las producciones de Tyler), mientras que Madison McFerrin deja su huella vocal en la más introspectiva “Don’t You Worry Baby”. En “I’ll Take Care of You”, además, colabora Yebba.
4. Excentricidad
Lejos del tono grave o ensayístico que algunos de sus discos anteriores pueden haber tenido, “Don’t Tap the Glass” abraza el humor, el desparpajo y la excentricidad. Así, “Ring Ring Ring” convierte una llamada perdida en un drama orquestal, mientras que “Sugar on My Tongue” fantasea con el sexo desde la ligereza del electro-pop. Incluso en las letras más descuidadas o autoconscientemente absurdas, su teatralidad no es gratuita, sino que actúa como vehículo para canalizar emociones complejas desde una superficie aparentemente festiva. El alma del disco reside en esa capacidad de convertir lo íntimo en espectáculo sin perder autenticidad.
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