Robyn y la arquitectura emocional del pop moderno: el regreso de una visionaria con “Dopamine”
Siete años después, la reina del pop emocional vuelve con un single que demuestra que el pop sigue necesitando a Robyn. Probablemente más que nunca.
| Por Álvaro García Montoliu
Robyn nunca ha sido una artista que regrese por obligación o por calendario. Lo suyo es operar según sus propios ciclos internos: pausas largas, silencios fértiles, resurgimientos que parecen coincidir con momentos culturales en los que su sensibilidad vuelve a ser imprescindible. Por eso su nueva etapa, anunciada oficialmente con “Dopamine”, su primer single en siete años, no se siente como un simple retorno, sino como el reinicio de una conversación que el pop contemporáneo había seguido teniendo con su ausencia.
La canción, escrita junto a su colaborador histórico Klas Åhlund hace ya una década, lleva consigo ese peso temporal. “Dopamine” suena como un puente entre épocas: una pieza de pop científico-teatral, donde la neuroquímica del amor se mezcla con una vulnerabilidad inquietante. El pulso four-on-the-floor, los sintetizadores que evocan tanto a Giorgio Moroder como a Daft Punk, las voces filtradas, el estribillo pensado para la liberación corporal: todo ello está ahí, intacto. Pero lo que convierte la canción en algo inequívocamente robynesco es la tensión emocional subyacente. La dopamina no es presentada simplemente como un motor del placer, sino como una fuerza ambigua, desbordante, casi peligrosa. La promesa de euforia viene acompañada de una súplica: “I just need to know that I’m not alone”.
Aquí está el núcleo de su magia: Robyn domina como nadie ese espacio intermedio donde el sentimentalismo intenso convive con la claridad racional. En “Dopamine” habla de química cerebral, pero también de lo inefable, lo espiritual, lo que no puede cuantificarse. Ese vaivén entre la ciencia y la emoción pura es lo que siempre ha definido su mejor música.
El regreso de Robyn llega, además, en un momento en el que su influencia es más visible que nunca. La generación que domina el pop en 2024 y 2025 (Charli XCX, Troye Sivan, Lorde, Billie Eilish, Caroline Polachek, incluso fenómenos como Addison Rae) bebe directamente de la arquitectura emocional que Robyn estableció hace más de una década. Su obsesión por combinar el hedonismo del club con letras personales abrió una vía que hoy parece natural pero que, en su momento, iba en contra de las expectativas de la industria.
De “Body Talk” al canon: la melancolía eufórica como herencia
Cuando lanzó “Body Talk” en 2010, esa síntesis era casi experimental. La imagen de una artista mainstream cantando sobre devastación emocional mientras hacía música para bailar hasta el amanecer se sentía disruptiva, incluso contracultural. Hoy es el patrón. La melancolía eufórica (ese baile al borde del abismo) es la lingua franca del pop moderno. Y Robyn es su arquitecta más influyente.
Por eso su aparición en uno de los conciertos de la gira “Brat” de Charli XCX el año pasado tuvo el efecto de un alineamiento histórico: no era nostalgia, era genealogía. Cuando Robyn interpretó “Dancing on My Own” ante miles de jóvenes que crecieron escuchando clones involuntarios de ese sonido, la ovación no era por una reliquia del pasado, sino por la fuente original.
Apariciones calculadas en un periodo de silencio fértil
Desde “Honey” (2018), la sueca ha mantenido un perfil bajo, pero nunca desconectado. Sus intervenciones han sido puntuales, estratégicas, como señales de que seguía afinando su brújula creativa. Colaboró con Jamie xx en un tema que reducía su voz a un espectro rítmico. Se unió a Jónsi para un corte vaporoso y etéreo. Reimaginó “Buffalo Stance” para Neneh Cherry, inyectándole un futurismo frío y elegante. Incluso llevó su presencia a Saturday Night Live, en un número con David Byrne que unió dos escuelas del performance pop: la expresividad corporal y nerviosa de Byrne con la vibra emocional, casi terapéutica, de Robyn.
Cada una de estas apariciones parecía proceder de la misma lógica: explorar, tantear, observar cómo el mundo había cambiado mientras ella se replegaba hacia la vida doméstica. En Suecia vivió la pandemia sin viajar durante tres años, volvió al estudio, escribió, reescribió y, sobre todo, fue madre. Es en esa vida en pausa donde se gestó el mundo emocional de su nuevo álbum.
“Dopamine” fue, según ha explicado, uno de los primeros bocetos que recuperó cuando retomó el trabajo. Y junto a Åhlund (su compañero artístico más longevo y el único con quien parece compartir esa obsesividad enfermiza por la perfección) la siguió puliendo hasta dar con su forma actual. Es significativo que Robyn describa su relación creativa con él como “un matrimonio antiguo”: años de roces, reconciliaciones, intuiciones profundas, espacios en silencio, obsesiones compartidas. Si este nuevo proyecto promete una expansión de su sonido, es porque ese dúo sigue funcionando como una máquina emocional afinada a décadas de trabajo conjunto.
¿Qué podemos esperar ahora?
Todo apunta a que su próximo álbum (previsto para 2026) recuperará una energía más directa, extática y luminosa que la de “Honey”. Si aquel disco era íntimo, viscoso, orientado al cuerpo como territorio de curación, este parece inclinarse hacia una claridad emocional más afilada, hacia formas pop más clásicas aunque no menos complejas. “Dopamine”, con su mezcla de euforia y fatalismo, es un aviso: Robyn vuelve a hacer pop del que se siente en el pecho y en las articulaciones al mismo tiempo.
Pero lo más interesante es cómo encaja este regreso en el contexto cultural actual. Vivimos un momento en el que el pop funciona casi como una economía neuroquímica: todo está orientado al estímulo instantáneo, al microplacer, al “like” como mini-subidón. “Dopamine” es consciente de esta realidad. La abraza y la cuestiona simultáneamente. Es música que utiliza la misma lógica de recompensa que rige TikTok o los algoritmos de streaming… pero que la sublima hacia algo más profundo. Robyn entiende la dopamina, pero no se conforma con ella.
Y ahí radica su relevancia en 2025: no regresa para adaptarse a la era, sino para redefinirla.
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